En estos días trágicos de las inundaciones he colaborado yendo a la parroquia de Catarroja, María Madre de la Iglesia, repartiendo alimentos. También a ayudar a Algemesí, sobre todo ayudando a limpiar el lodo de las casas y de la parroquia de San José Obrero. Quiero hacer mención de la experiencia que tuve en la JMJ con la parroquia de Santiago Apóstol de hace unos años, en la vigilia cuando el papa Francisco nos invitaba a que cuando volviéramos y viéramos a alguien caído le ayudáramos a levantarse y a mirar de arriba abajo para ayudar a levantar al otro. Es la experiencia que he tenido estos días, mirar a nuestros hermanos, a toda persona que nos hemos encontrado, sean creyentes o no, agnósticos, de otra religión, con simpatías o antipatías… con cualquiera que nos hemos encontrado hemos sido instrumentos para levantarlos de la caída. Ante esta situación, no mirar a otro lado sino mirarlos a los ojos, con la mirada de Cristo.
La experiencia ha sido muy rica porque hemos colaborado personas sin etiquetas, cada uno ha puesto el granito de arena que ha podido. En Catarroja ha sido especialmente práctica la obra de misericordia de dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar medicinas, dar generosamente sin esperar recibir nada a cambio como Dios nos ha dado a nosotros. La señora que decía “No me des más porque otro lo necesita”, se autosacrificaba en función de los demás. Otros no, cogían sin que hubiera un mañana. La persona a la que le dimos galletas Gullón porque no quedaba otra cosa y respondía con gran agradecimiento “porque voy a tener algo dulce”. Esa capacidad de asombro, la mirada ante la realidad cambia si tienen un corazón pequeño. O la señora que nos pidió si podíamos sacarle medicinas de la farmacia y tuvimos que sacarle las recetas en Valencia, llevárselas y la mujer estaba felicísima.
En Algemesí fue más crudo, por todas partes había lodo, en las casas…nos reuníamos personas de diferentes sensibilidades para remas juntos, el sufrimiento nos ha unido cuando hay tanta división y rechazo en la sociedad de hoy. Todos nos hemos unido para trabajar juntos. Quitando lodo, tirando ropa, bienes, enseres… tantas cosas donde se veía lo caduco que es todo.
Diría tres cosas que se me iluminan en este momento. En primer lugar, una llamada fuerte a la conversión, a vivir verdaderamente la fe, el Evangelio, no reservar, vivir en la entrega cotidiana. En segundo lugar, la importancia de vivir el presente, no proyectarse al mañana; hoy mirar a los ojos y ver qué quiere Dios y poder servir en aquello que nos permite el Señor, sin juzgar, sin vivir de fantasías sino en lo cotidiano y en lo pequeño. En tercer lugar, como dice el Evangelio de Mateo, a no amontonar tesoros en la tierra que se pueden llenar de lodo y perder al instante sino tener tesoros en el cielo. Una llamada para todos, también para mí, vivir en relación con el Señor, con Jesucristo. En este amor a Cristo, amar al hermano que es el verdadero tesoro; es una carga, es una incomodidad, pero es lo que te llena el corazón.
Me impresionaba mucho al día siguiente dando clase en el colegio, ver las caras de los voluntarios que llegaban al mediodía de servir, llenos de barro, pero en su cara había una mirada de luz, de alegría. Cansancio, pero brillaba su mirada. Así volvería yo estos días, me imagino, cansado pero muy feliz de haber entregado es día al Señor y a los hermanos. Es una llamada también a la oración por tantos voluntarios, tantos cristianos, para despertar del letargo, rezar por tantos afectados y que puedan ver la luz que nosotros hemos visto estos días.