Me llamo Eduardo, tengo 36 años, estoy casado con Gracia y tenemos una hija.
El jueves pasado, a las 22 horas, se nos convocó a los voluntarios en la parroquia Santiago Apóstol. Íbamos a Catarroja. Al llegar, la desolación era más grande de lo que se percibe en la televisión. Nuestra misión era reestablecer la parroquia María Madre de la Iglesia. Lo primero que pensé fue” Esto es imposible, no se puede recuperar”. Tuve un sentimiento de pesimismo, de derrota, de tristeza, de ver el templo y la ciudad de esa manera. El ánimo de otros levantó el mío, y ya empecé a ver la luz, una luz muy importante en medio de tanto sufrimiento. Pensé, “la Iglesia brilla en las tinieblas, para alumbrar a los hombres” ya que se iba a convertir en centro de distribución. Fue un trabajo duro, pero muy reconfortante.
Cuando volvimos a casa, ya no era igual, solo quería volver a ayudar. También en otras ocasiones me ha invadido un sentimiento de rabia, de injusticia y de impotencia. Incluso de odio por esta situación, por la gestión, la no gestión, la culpa… que me llevan a estar triste. Uno de los días, en la oración de laudes que rezamos antes de salir, justo se nos dijo que Jesús es amor. Esto me ha tranquilizado el corazón. Yo me entrego a esta gente que lo necesita y da igual quien tiene la culpa, lo que permanece es la caridad.
Estoy muy contento de poder ayudar, estos días me brota una oración del corazón: “Virgen María, dispón de mí y de cuanto me pertenece, para mayor gloria de Dios en el tiempo y en la eternidad”. Yo estoy viendo la gloria de Dios con la cantidad de gente que se dona, con la gente que ama. Esta experiencia me lleva a la esperanza y a la alegría.