Me han pedido que cuente un poco la experiencia de estos días ayudando en la Parroquia Santiago Apóstol al servicio de los damnificados por la DANA. Estaba un poco reticente porque no he podido ir a la zona cero ni he ayudado a sacar barro, y pensaba que quizá mi experiencia era más sencilla y cotidiana pero ahí va.
Cuando sucedió todo el desastre, yo había dado a luz hacía dos semanas a mi tercera hija. En un primer momento, mi corazón se encogió y me escandalicé muchísimo con todo el sufrimiento que se percibía… Solo podía pensar en todas las personas que habían muerto solas, que estaban aterrorizadas y se sentían abandonadas. La noche que partieron después de la adoración a ayudar en Catarroja sentí una gran impotencia de no poder unirme y le pedí al Señor que me permitiera ayudar y servir de alguna manera. Pronto surgió la posibilidad de ayudar aquí, en el punto de recogida gestionando y organizando el almacén. El Señor ha transformado toda mi incomprensión e impotencia en servicio y eso, sin duda me ha devuelto la alegría que me faltaba. Tengo la certeza de que Dios está en medio de todo este sufrimiento incomprensible. Lo he visto en los ojos de los voluntarios, de las coordinadoras, de los sacerdotes, en las manos que se han prestado a dar la vida y servir a los que lo necesitaban. Dios no abandona la obra de sus manos, sufre con el que sufre y esta certeza se me ha sellado en el corazón este tiempo. Le doy gracias a Dios por hacerme testigo de todos los milagros que están aconteciendo, es impresionante como solo Él es capaz hacer brotar el bien de todo el mal. Es verdad, el amor es más fuerte que la muerte, el amor vence siempre.