Me llamo José Gabriel, tengo 24 años y he sido destinado este año como diácono a esta parroquia para compartir una nueva experiencia. Tres días antes de que ocurriera la famosa Dana, que ha sacudido nuestras vidas con un golpe seco y doloroso, yo estaba consagrándome al Señor, como diácono de la Diócesis de Valencia. Lo último que yo esperaba en ese día de fiesta es que ocurriera algo de esta magnitud en tan poco tiempo. Mi misión como diácono comenzó con una de las peores desgracias naturales que ha asolado a nuestra querida tierra valenciana.
Mi relato de los hechos no es muy espectacular, ya que yo lo viví todo desde Moncada, que es donde tenemos el seminario. Y es que antes de que sonara esa alarma tan estremecedora en nuestros móviles, a mí ya me habían llegado imágenes terroríficas de un amigo que vive en Paiporta, y también de mi pueblo. Providencialmente, ese día había tenido la misa por la mañana y pude tener esa hora libre, cuando al presenciar estas imágenes, enseguida llamé a casa y pude hablar con mis padres y ya quedarme tranquilo de que todos estaban bien. Durante la llamada, saltaron las alertas y a la noche quise volver a llamar, pero no había conexión, y lo que me iba llegando al móvil me quitaba la paz. Yo soy de Albal, que es uno de los pueblos afectados por la Dana, y aunque no afectó a todo el pueblo, a muchos amigos y conocidos sí que les ha destrozado la vida, en muchos aspectos.
Gracias a Dios el segundo día ya pude ir a mi pueblo, andando desde Mercavalencia, cruzando los pueblos por el Camí Reial viendo cosas dignas de un escenario de una película ambientada en una guerra. Gran parte del camino lo hice solo, y la sensación de estar en tierra de nadie era terrible. Recuerdo con un nudo en la garganta la larga cola de personas que había en Catarroja para llenar las botellas con agua potable de un camión-cisterna. Al llegar fui a la parroquia de San Carlos Borromeo de Albal a ayudar a sacar todo el barro y agua que estaba acumulado. Para quien no la conozca, es una iglesia del siglo pasado, con forma de teatro romano, y que hace para abajo. Por eso el agua llegó sobre los dos metros de altura, a la altura de las peanas de los Santos, y sin llegar a entrar dentro del Sagrario.
Gracias a Dios pude estar más de una semana en mi casa, con mi gente. Y tengo que dar muchas gracias, porque al no haber llegado el agua a mi zona, tenía una casa para poder desconectar un poco, intentando olvidar un poco el barro. Pero aun así la situación reconozco que me superó en algunos momentos. Todos los días parecían iguales, porque por mucho que se hiciera, todo parecía igual.
El Señor me dejó claro que, si me he consagrado a Él, es para ponerme a su servicio, que se concreta en la ayuda al prójimo. Estos días he podido estar con los mismos que tres días antes lloraban de emoción al acompañarme en mi ordenación y que ahora lloraban por lo que habían perdido. Han sido días de compartir mucho tiempo, de poder abrazar por muy manchados o mojados que estuviéramos. He trabajado codo a codo con mi párroco con una complicidad de la que tengo mucho que agradecer a Dios por tenerlo en Albal. He podido estar codo a codo, o mejor dicho cubo a cubo, con los Juniors, las Madres de Desamparados y San José de la Montaña, catequistas, jóvenes de la parroquia, sus padres y mucha gente que ha dedicado su tiempo desinteresadamente en la ayuda a la parroquia. Ha sido una alegría muy grande ver la cantidad de buenas personas que vinieron a ayudarnos desde distintos lugares, y que lo siguen haciendo a día de hoy, y que desde la parroquia se les está cuidando y organizando de una manera excepcional. Ha sido precioso ver como muchos no necesitaban cámaras para embarrarse ayudando a las personas que tanto sufrimiento estaban viviendo.
Como diácono he vivido la situación con mucha confianza, ya que he podido ver la mano de Dios en muchas historias de personas que se han salvado por muy poco, como mi abuela. También he sentido mucha pena, al ver como una obra, que “Él vio que era muy buena” se haya corrompido tanto que haya dejado morir a tantas personas que no eran conscientes de lo que se venía encima, y que para más inri hay quien hace política con ello.
He podido sentir como el Señor me ha hecho testigo de esperanza para mi pueblo, ya que me costaba mucho llegar a mi casa, sobre una hora. Siempre me encontraba con alguien y compartía con algunas personas un rato de conversación, ya que era un despeje para ambos. Gracias a Dios, casi todos los días pude ir a misa, ya que es el alimento espiritual necesario para poder seguir hacia adelante ante tal situación. Era el ofrecerle al Señor esta situación, pidiendo ayuda y justicia, además de su fuerza para hacernos su respuesta al mundo.
Para concluir quiero dar las gracias a todos aquellos que han venido a ayudarnos desde otros lugares, y en especial a la parroquia de Santiago Apóstol, por ser un punto de organización tan eficiente y con calor de hogar, de los que todos los que he escuchado hablan maravillas. Ahora lo importante es que recéis por Valencia, para que seamos fuertes y volvamos la mirada de la Mare de Déu y a su Hijo. Para que todo esto sea un medio para que vean en todo a esto la existencia y presencia amorosa de Dios en medio de la vida de cada uno.