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TESTIMONIO. Inés Farrés, 27 años.

25/11/2024

No sé si seré capaz de poner palabras a todo lo vivido este fin de semana en Valencia, especialmente en Catarroja, donde sin duda he recibido mucho más de lo que yo haya podido dar.

Soy de Barcelona y desde que ocurrió la DANA he sentido la necesidad de ponerme en marcha y ayudar, de la forma que sea, a las personas que lo han perdido todo. Yo he podido experimentar en muchísimos momentos de mi vida la providencia de Dios, así que, cómo no devolver al menos un poco de todo lo que yo he recibido. Dad gratis lo que gratis habéis recibido.

Una amiga que vivió un tiempo en Valencia me habló de la parroquia de Santiago Apóstol y de la gran tarea que estaban realizando en muchos pueblos afectados, así que mi amiga Sofía y yo decidimos ir para ponernos al servicio de su equipo de voluntarios y ayudar en todo lo que pudiéramos.

Nuestra misión ha sido en Catarroja, donde hemos podido ser testigos y participar de muchas de las diferentes tareas que se llevan a cabo allí, experimentando la dificultad y la importancia de todas ellas: visitar a personas mayores en sus domicilios y llevarles lo que les haga falta, entregar comida caliente, atender las necesidades de todas las personas que vienen e, incluso, vaciar el barro de un garaje cubo a cubo.

Ha sido impresionante ver cómo, en medio de un paisaje arrasado por el barro y la desgracia, hay espacio para la esperanza, la caridad y el amor a través de darse a los demás. Y no solo a las personas necesitadas, sino también entre voluntarios, donde es tan importante el que organiza y dirige como el que está “a la sombra” ordenando ropa vieja y calcetines, emparejando botas de agua o dosificando aceite para que de una sola botella puedan beneficiarse el máximo número de personas. De ellos me llevo un gran ejemplo de humildad, ayudando sin ser apenas vistos, pero siempre con una sonrisa en la cara y al servicio del otro.

También de las personas que aun teniendo la casa vacía y no teniendo nada para comer más que lo que pudiéramos darles, su única preocupación era no recibir demasiado por si eso hacía que no llegara para otras personas. Escuchar sus testimonios, compartir su dolor y ver también su agradecimiento ante la providencia ha sido una medicina instantánea contra las preocupaciones mundanas del día a día.

Vuelvo, sin duda, contenta y agradecida a Dios por haber podido vivir esta experiencia, tanto en la misión de Catarroja como en la parroquia de Santiago Apóstol, donde nos hemos sentido súper acogidas y cuidadas a través de los hermanos y de todo el cariño con el que se nos ha tratado.