Al ver la devastación de la DANA sentimos el deseo de ayudar a todas las personas que habían perdido tanto. Y gracias a la misión en Santiago Apóstol hemos podido aportar nuestro granito de arena.
Al principio, nos costó entender el por qué de tanto sufrimiento. Casas destrozadas, sentimientos de desesperanza, calles inundadas, barro por todas partes… Pero al mismo tiempo, pudimos sentir la presencia de Dios en medio de aquel caos. Esto nos ha permitido experimentar la fragilidad del ser humano y la necesidad tan grande de abandono en Dios.
El poder ir a la misión ha sido una oportunidad para ver el rostro de Jesús en cada persona que sufría, verles necesitados como lo estaba el Señor de camino a la Cruz. De igual manera, esperamos que ellos pudiesen de algún modo sentirse amados por Cristo, aún sin saber que este amor procede de Él.
Nos ha sorprendido mucho ver que una sociedad ensimismada en los quehaceres individuales se daba al prójimo sin esperar nada a cambio. Ha sido una forma de ver la fraternidad a la que estamos llamados y al mismo tiempo, poco acostumbrados. Sin importar la ideología, la edad o el nivel socioeconómico.
Nos ha gustado ver cómo la gente despertaba, nosotros incluidos, cómo ante el sufrimiento del otro salía lo mejor de cada uno. Estamos orgullosos de los jóvenes, que aún sin conocer a Cristo, lo llevan dentro. Hay esperanza para cada uno de nosotros. “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”