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TESTIMONIO. Clara Gago, casada, 30 años.

18/11/2024

El sábado 2 de noviembre volvía de mi luna de miel, tres días después de que ocurriese el desastre de la DANA. Pasé de una realidad a otra en pocas horas. Sin embargo, volví con el corazón deseoso de poder empezar a ayudar.

Durante los siguientes días me fui con los equipos de trabajo organizados por la parroquia Santiago Apóstol a las diferentes misiones: a Chiva, a Algemesí, a Catarroja. Cada lugar tenía unas necesidades concretas. Mientras que en Chiva estuvimos limpiando un polideportivo y recogiendo los adoquines de la calle, en Catarroja estuve limpiando por la noche la esplanada de la parroquia Santa María Madre de la Iglesia para poder montar al día siguiente el puesto sanitario. Mi experiencia más fuerte fue en Algemesí, en el barrio “El Raval”, un barrio que estaba terriblemente afectado por la DANA. Las calles seguían llenas de montañas de barro e inundadas. Fuimos limpiando estas calles y paseando por el barrio a ver quién necesitaba ayuda. Así, nos encontramos con Pepe, un hombre de 82 años, que tenía la casa todavía llena de lodo y no tenía luz. Llena de barro, cansada de toda la mañana, con una escoba en la mano, y con la impotencia de querer hacer más de lo que se podía, me sentí una pobre entre los pobres pero llena de alegría.

Durante estos días estoy experimentando que es verdad que los voluntarios vamos a ayudar, pero que es una ayuda y un regalo también para mí poder acompañar a tantas personas que están pasando por este acontecimiento de dolor. Me está regalando compartir su sufrimiento en primera persona, tener un mismo sentir con ellos, hacerme una con ellos. Veo que para mí está siendo un tiempo de gracia que me llama a la libertad. Liberarme de tanta superficialidad con la que vivo a veces, dando importancia a cosas que no son verdaderamente importantes. Dejar libre el corazón de tantas distracciones para poder vivir en lo verdadero, en lo auténtico, en el Amor. También la libertad de dejar todo en manos de Dios, que es Padre, Redentor y ama a cada uno de los que están sufriendo.

Me conmueve y me llena de esperanza ver todos los frutos que están naciendo de este suceso. El primer fruto que veo es el amor, pues verdaderamente es el que está moviendo tantos corazones y el que nos lanza a obrar de diferentes formas sin descanso. Dentro del dolor que se está viviendo, creo que también se está revelando la Verdad de lo que somos, que es que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Como Él, ante el sufrimiento humano la respuesta es el amor y la misericordia. Se está viendo como el amor siempre crea, nunca destruye, y que el amor vence siempre a toda dificultad. Otro fruto que veo patente es la comunión. En un mundo en el que nos solemos dividir como “estos” y “aquellos”, ante el sufrimiento y el dolor de tantas personas, somos un pueblo. Estamos teniendo el gran regalo de ser eucaristía en medio del mundo, un cuerpo que se parte y se entrega por los otros. No hay tiempo para pensar en uno mismo, ahora nos urge amar y dar la vida. Estamos todos aprendiendo la verdadera belleza de vivir.

¿Dónde veo al Señor en todo esto? Lo veo cada día en todo momento. Lo veo en la oración de las laudes, en la palabra de la Eucaristía, donde cada día el Señor me responde concretamente con una palabra de consuelo, de ánimo, de esperanza. Lo veo en la generosidad y la entrega de cada persona. Lo veo en la alegría con la que las personas sirven. Lo veo en el testimonio vivo que están dando tantísimas personas, donde el Evangelio se hace patente. Lo veo en todo lo que tengo pues me muestra que todo en la vida es un don recibido. Muchos jóvenes o muchas personas quizás antes no tenían un sentido para levantarse de la cama o una motivación por la que vivir, y este acontecimiento estará siendo para muchos una gran ayuda. Ante la tentación que puede existir de preguntarse dónde está Dios en todo esto, yo veo que para mí está siendo un tiempo de conversión, de total confianza en Dios, dando gracias a Dios de poder vivir este acontecimiento desde los ojos de la fe.