Tras dos sesiones introductorias, este domingo 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada, se ha entrado de lleno en la primera arma de la luz que san Pablo cita para la vida cristiana. Como ya es sabido, en este caso, el objetivo es poder profundizar en la vida matrimonial aplicando la Palabra de la carta a los Efesios.
Tras un repaso a la anterior catequesis, se empezó a desgranar la primera arma: “En pie, ceñida la cintura con la verdad”, arma que no busca tanto realizar actos concretos cuanto ir viviendo una postura interior, propia del alma. Ello se aprecia en la actitud inicial, la de estar en pie. Es la postura del centinela, del vigilante y, en palabras del párroco, “es la vigilancia en el matrimonio de lo que pasa cotidianamente”. En ello incide el hecho de “ceñirse la cintura”, es decir, estar preparado para servir con presteza la orden recibida, estar dispuestos “a dejar lo que estamos haciendo, aunque yo vea otra cosa”, si es El Señor quien pasa.
Al hilo de esta expresión, el cooperador de la Verdad hizo referencia a la noche de la Pascua en Egipto, donde el pueblo estaba ceñido y preparado porque el Señor pasaba cambiándolo todo por encima de los planes concretos de cada uno, lo mismo en la vida conyugal. Junto con ello, explicó que para los judíos los riñones eran la sede de los sentimientos, el lugar, junto con el corazón donde se escondías las intuiciones más profundas de la persona. En consecuencia, estar “ceñida la cintura con la verdad” indica que la verdad no la posee uno, sino que viene de Dios y debe acogerse en pues “No es verdad que nuestra vida la llevamos adelante desde las decisiones racionales. Hay algo más profundo que la razón”.
Finalmente se presentaron las dos dificultades que siempre surgen para poder acoger la novedad y el cambio que siempre supone el encuentro de la verdad. Por un lado, los prejuicios, que impiden defender el amor, y por otro, la autodefensa que siempre lleva al inmovilismo pues tantas veces se dice en el matrimonio “Yo por ahí no paso porque el otro me va a herir”.
En consecuencia, se invitó a los numerosos asistentes a vivir el acontecer diario del matrimonio ceñidos de esta forma, pues no se trata de “una búsqueda neurótica ni de la reflexión o el estudio. El corazón tiene que abrirse al Espíritu” y siempre detectando que el contraste que el casado necesita de la verdad está al lado, con el cónyuge que es quien libera de uno mismo en virtud del sacramento, pues es la “ayuda adecuada”.